Foto: Este Niño es nuestra esperanza
Por: Nezahualcóyotl / Diócesis de Nezahualcoyotl
Homilía de Navidad
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres»
Cuando llegas
Llegas,
acampas en mi tierra,
sacudes mis cimientos, abres mis encierros.
rompes mis fronteras,
Llegas
y avivas el hambre de Dios,
de verdad, de hermano,
de justicia, de vida.
Llegas
y sanas heridas añejas
y tristezas nuevas.
Llegas,
amas mi pobreza,
mi ayer entero,
el ahora en su calma y su tormenta,
el mañana posible.
Llegas
y conviertes el sollozo en fiesta,
la muralla en puerta,
la nada en poema.
Llegas
cargado de Ti y de otros...
Palabra con mil promesas humanas, eternas...
Llegas,
despiertas el amor dormido
y te quedas.
José María Rodríguez Olaizola, sj.
«No teman. Les traigo una buena noticia, que causará alegría a todo el pueblo. La gracia de Dios se ha manifestado en esta Noche Santa. Hoy ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor». Estas palabras que hemos escuchado hoy en la liturgia de la Palabra, no son simples palabras, encierran una gran verdad y una gran fuerza, más que palabras, son un hecho, un acontecimiento, una realidad palpable.
Las lecturas de esta noche nos invitan a abrirnos al gran Misterio de la Navidad, el Misterio de la encarnación y nacimiento del Dios-con-nosotros. Estas son las fiestas del encuentro, de la proximidad, de un Dios que se ha hecho tan cercano a nosotros, que ha asumido nuestra naturaleza, que se ha hecho uno de nosotros, compartiendo todo, menos el pecado. Ha compartido nuestras tristezas, dolores, angustias, preocupaciones, temores; así como las alegrías, gozos, anhelos, convicciones, esperanzas.
La primera lectura está enmarcada en los acontecimientos del siglo VIII a.C.; en el pueblo acontece una profunda crisis de fe. Los ideales del pueblo, sus convicciones y valores tradicionales estaban sometidos a una fuerte crítica. Un grupo numeroso e influyente de personas, expande el escepticismo y niega la fe en el Dios protector del que les habían hablado sus padres. Esta campaña marcó la vida del pueblo, creando desorientación, duda y tristeza. Nada lejos de la realidad actual, pues vivimos en una cultura que ha venido cultivando las mismas ideas.
Hoy, como en aquel tiempo, las palabras del profeta se vuelven actuales, y en donde hay incertidumbre, miedo, zozobra, desesperanza, duda, tristeza; aparece Dios. Isaías nos invita a la confianza y la esperanza, pongamos nuestra vida en las manos de Dios, pues Él siempre cumple sus promesas. Pero el actuar de Dios es muy diferente al que humanamente esperamos. Dios no actúa entre alardes y prodigios extraordinarios, sino en signos sencillos y humildes: en el quehacer diario, en la convivencia familiar y social, en la fidelidad matrimonial, en las obras de justicia y de amor.
Así lo relata el evangelio, y de la misma manera lo vivimos hoy. En la oscuridad de la noche, en un ambiente poco propicio e inimaginable, en medio de una cultura de la desorientación, inmersa en la falta de sentido, en un mundo apresado en la rutina de un presente sin proyectos trascendentes; se anuncia un gran acontecimiento, aparece la posibilidad de algo distinto, que pondrá fin al escepticismo y abrirá los ojos y los corazones a la esperanza, al futuro, a la alegría y a la confianza: «Ha nacido el Salvador».
El mensaje de los ángeles es una buena noticia, la mejor que jamás se ha escuchado en el mundo; que causa la mayor alegría para todos los pueblos de la tierra. La buena noticia no es una teoría brillante, sino un hecho visible y entrañable: un niño recién nacido que viene a salvar al mundo de la oscuridad. Es un signo, cuyo sentido más profundo sólo puede entenderse desde la humildad que abre el corazón y la vida a la novedad de Dios. La gloria de Dios y la paz a los hombres sólo es posible para quien se abre humildemente a la presencia de este Niño, que también es humilde, pobre y sencillo.
Dios se hace cercano, se hace humano en un Niño necesitado, pero al mismo tiempo encierra en sí mismo toda esperanza y posibilidad, porque ese Niño es Señor del universo, de la historia y de la vida. Ese Niño es tan humano que lleva todo el peso de nuestra naturaleza, es débil, necesitado, frágil; al mismo tiempo es tan divino, que trae consigo el cumplimiento de las promesas, trae la luz, la claridad, la alegría, la salvación y la paz.
Que el amor y la misericordia de Dios, que se nos han manifestado tiernamente en su Hijo recién nacido, llene de gozo y alegría nuestros corazones, nuestras familias y el mundo entero. Este Niño es nuestra esperanza, por eso, esta noche unamos nuestras voces al canto de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres». ¡Feliz Navidad! Hermanos y hermanas ¡Feliz Navidad!
Por Pbro. Julio César Ponce García