LA COSECHA ES MUCHA


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Por: Valle de Chalco / Diócesis de Valle de Chalco

Por: Diácono Javier Galicia Florín/Diócesis de Valle de Chalco


El pasado mes de mayo se cumplió el Primer Aniversario de la Ordenación Diaconal

de la primera generación de Diáconos Permanentes en nuestra Diócesis de Valle de Chalco. Fue un festejo muy en el silencio de nuestros corazones, sin mención en nuestra Diócesis. Muy en el fondo de nuestros corazones humanos de diáconos, esperábamos una congratulación, pues para nosotros es algo muy importante. Sin embargo, el servidor solo debe conformarse con cumplir su tarea de servir, porque esa es su misión.

Realmente ha sido un año de servicio con muchos matices, porque si bien servir no es fácil, cuando la medida y el modelo los ha puesto el Señor Jesús, el servicio se vuelve un acto incondicional y generoso, de amor a Dios y a los hermanos, y siendo un acto de amor, nuestro servicio debe tener por resultado hacer felices a nuestros hermanos y a Dios, siempre y cuando el amor de Dios, primero haya actuado en nosotros mismos, porque nadie da lo que no tiene.

Fuimos ordenados cinco diáconos para nuestra Iglesia Diocesana, pero faltan trabajadores. El Señor nos ha llamado y por gracia suya hemos sido consagrados a su servicio, pero no nos envía solo con nuestra buena disposición, nos ha dado el poder del Sacramento del Orden y con ello, el poder para vencer toda la fuerza del enemigo y nos ha prometido que nada nos podrá hacer daño. No olvidemos que nos ha llamado desde nuestro estado de vida actual, y siendo casados, lo servimos con alegría dando un poco de lo mucho que nos da en nuestras familias y caminamos junto con nuestra esposa y muchas veces con los hijos, sin dejar de cumplir nuestra responsabilidad matrimonial. Actualmente estamos encomendados a la dirección y cuidado de nuestros párrocos, sirviendo en nuestras parroquias. Todo para la Gloria de Dios.

Un solo año de servicio fue suficiente para darnos cuenta de la necesidad de trabajadores para la cosecha en los campos del Señor. Hay muchos horizontes en nuestras parroquias que no se han atendido y no por descuido, sino por falta de trabajadores. La pandemia dejó mucho dolor, sufrimiento, carencias, falta de trabajo, cansancio físico y emocional, además de pobreza y necesidad. Nos hizo sentir miedo, nos hizo reconocer nuestra vulnerabilidad, pero también probó nuestra confianza y fe en Dios. Cada uno tuvo la opción de encerrarse o enfrentar el destino con fe y salir a servir.

Ante el problema de la violencia, hemos de reconocer que nuestra misión se ha hecho más necesaria, pues aunque Jesús nos recuerda que nos envía como corderos en medio de lobos, con tristeza vemos que los lobos se han multiplicado y que muchas ovejas se han convertido en lobos; lobos que atacan las mentes dormidas de nuestros hermanos, con filosofías falsas que llevan a la anarquía y pérdida de la libertad. Nuestra Iglesia necesita de más trabajadores, de más servidores, de más diáconos para el cuidado de sus ovejas.

En resumen, ha sido un año de grandes experiencias y aprendizajes, pues ahora es cuando estamos aprendiendo a servir a nuestra Iglesia. Ahora es cuando reconocemos que nuestros corazones de diáconos están formados con las grandes enseñanzas de nuestros queridos formadores; hombres comprometidos y consagrados en llevar el mensaje liberador de Aquél que nos llamó. A ellos todo nuestro reconocimiento.